El enfoque primordial para el año 2024 será la promoción de la creatividad, la preservación de la naturaleza, la construcción de comunidades sólidas y la generación de esperanza en el porvenir. Estos valores se priorizarán en la evaluación del progreso económico, posiblemente sobrepujando la importancia del Producto Interno Bruto (PIB).
Las economías que se han enfocado exclusivamente en el crecimiento nos han conducido al límite de un colapso global, sumiendo a muchos en la ansiedad o la desesperación. En respuesta, las Naciones Unidas han emprendido acciones para trascender el PIB como la única medida definitiva de la salud económica. En palabras del fallecido senador Robert Kennedy, «El PIB lo mide todo, menos aquello que hace que la vida merezca la pena».
El Índice para una Vida Mejor y el Indicador de Progreso Genuino de la OCDE ofrecen parámetros más adecuados para medir lo que verdaderamente anhelamos en nuestras economías, otorgando mayor relevancia a la mejora de la salud, el acceso a la educación y las oportunidades económicas, no como un fin en sí mismas.
Sin embargo, reemplazar el PIB con mejores estándares de medición no es una tarea sencilla. ¿Qué acciones concretas podemos adoptar para edificar una economía que valore a las personas y al planeta?
Los gobiernos podrían seguir el ejemplo de Nueva Zelanda y Canadá, implementando «presupuestos de bienestar» que enfaticen la protección del medio ambiente y el aseguramiento de la salud humana. Las empresas podrían adoptar estructuras corporativas como los fideicomisos de propósito perpetuo, diseñados para cumplir objetivos específicos como la mitigación del cambio climático o la equitativa distribución de beneficios entre los empleados. Asimismo, las empresas tecnológicas podrían reconsiderar su impacto en la sociedad y configurar sus productos para fomentar la colaboración en lugar de la indignación y la búsqueda de clics.
Esta tendencia fue informada por Kevin O’Neil, director gerente de la Fundación Rockefeller.
